Banda aparte, de Jean-Luc Godard (1964)
Este año Jean-Luc Godard decidió irse. Tal vez su legado en el cine es el más controvertido que ha existido nunca. Godard desde el inicio de su carrera apostó por experimentar con la narrativa cinematográfica. Intentó determinar sus principios, y luego fue cuestionándolos. Si una observa sus películas de los 60 verá mucho de las técnicas que usaron los grandes cineastas franceses de los 50, de los que muchos han dicho que renegaba. Es posible que él mismo renegara en sus últimas décadas, pero en realidad tenía muy presentes sus enseñanzas. Banda aparte es una de esas películas anteriores al mayo del 68 francés en donde lo cinematográfico está por delante de lo ideológico en el cine de Godard. Luego fue cambiando en el otro sentido. Es cine de género, cine de atracos, visto con ironía, con innovaciones narrativas, pero sin perder el equilibrio. Sin hacer que la innovación llevara a la ininteligibilidad. Godard le permite al espectador medio ciertas opciones de no perderse en el discurso: de dejarse llevar por la historia como si viera una película de Fritz Lang o de John Huston. Es una película muy homenaje a la cultura cinematográfica, musical y literaria de los Estados Unidos. Luego cineastas como Tarantino reconocerán su veneración dejando sus homenajes a esta película con escenas como el baile de Pulp Fiction. El resultado es una película en una línea parecida a "Al final de la Escapada", en donde relata la historia de dos ladronzuelos y una joven, encarnada por la musa Anna Karina, desorientados y desarraigados en la ciudad, que intentan hacer un robo a la tía con la que vive ella, para poder escapar de la sociedad. Poder divertirse y alejarse de las obligaciones. El retrato de París, y varias escenas como el baile o la carrera en el interior del Museo del Louvre, son realmente cine puro. No es cine para todo espectador, pero sí es un resultado equilibrado que muestra como se puede ser innovador sin caer en la vacuidad. Por eso el cine de Godard ha influido, en ocasiones para romper los esquemas de la narrativa clásica, y hacer evolucionar el lenguaje de las películas, y en otras para ofrecer desvaríos pedantes: mercancías averiada para consumo de la discursividad intelectual. Godard no necesariamente tiene la culpa de los imitadores. Mejor quedarse con sus películas de este periodo de los años 60. Se aprende a que lo clásico siempre puede deconstruirse para volver a darle nueva forma.